18 de marzo de 2015

la lola.

merece la pena hablar del Mediterráneo y del agua que cabe entre Lola y las demás mujeres. cada noche cuando duerme se vuelve pez, y luego isla, y luego velero que se pierde a costa del temporal y en ocasiones atraca en algún puerto. otras veces se desvanece entre la niebla, la bruma, y los corales que arrastra por debajo, a su paso. arranca de raíz las anémonas y la muy hija de puta deja a los peces payasos sin casa ni protección, y ellos la persiguen con cólera en busca de justicia. Lola con sus manos es capaz de modificar el curso de la corriente buceando por la espuma de las olas, y cuando siente que el pecho se le hunde saca la cabeza para respirar, tomando aire. pero después se infla de valor y se vuelve atrevida. se deja llevar por las mareas que van (y pocas veces vienen), y la remolcan a orillas de desiertos que no le corresponden, y dime tú allí qué puede hacer entre tanta polvareda si de lo que está acostumbrada ella es a nadar bajo el agua. 
ya había estado antes en el desierto del Sahara, de Sonora, de Atacama, pero ninguno de ellos había presenciado de noche. y es que a pesar de no existir luz en un radio de novecientos metros tenía la imaginación suficiente como para describir dunas que por la mañana habían sido pisadas por extranjeros, turistas, quizás algún que otro amante intrépido, quién sabe. 
yo sabía que ella, en contra de su voluntad, había terminado siendo arrojada a arenales, todos muy parecidos entre sí, pero todos deshabitados. la pobre Lola no soportaba la arena que se le metía en los ojos y le pinchaba como puntas de alfileres cuando se movía arrastrando los pies del cansancio. y luego detrás de cada alucinación iba la gilipollas a regar los cactus que poblaban la orilla de su cama pensando que algún día podrían crecer nogales –los favoritos de su abuela- y que serían ellos con seguridad los que se chupasen todo el agua del Mar Mediterráneo, y acabar así con el motivo que separaba a Lola de las demás. 
merece la pena hablar del Mediterráneo cuando Lola está nadando en él, 
sobre él, 
bajo él. 
la última vez que pude verla fue a lo lejos, cerca de una playa abandonada, que ahora no recuerdo su nombre con exactitud. tan lejos se encontraba que la confundí con un trozo de palet de esos utilizados hoy día para decorar y hacer camas y sofás. la niebla contribuyó a dicha confusión. me subí a la azotea yo sola, con la esperanza de divisarla mejor y a lo lejos (tan lejos) quise hablarle de algo que hoy día ya no recuerdo. 
la puta playa vacía. 
y sus venas llenas recorriendo todo su cuerpo en cada brazada que le veía dar. llenas de salitre, de espuma, llenas de mar. Lola estaba saliendo a flote ella sola. Lola. sola. y a mí se me rellenaron los pulmones de aire, los bronquios de gozo. viajé a través de sus iris, que se cerraban con el escozor del oleaje, y quise engancharme a su cintura y seguir su movimiento, cogerla, agarrarla con fuerza. ver cómo entraba luz por sus pupilas, y mirarle rápido, muy rápido. juro que en ese momento hubiese sido capaz de recorrerme las seis millas marinas que nos separaban y obstruían mi sangre haciendo tapón en todas las arteriolas que se dirigían hacia mis músculos, sólo por verla de cerca. me bajé de la azotea como pude, y ensucié mis pies de granos de arena diminutos, corriendo hacia la orilla. mojé mis dedos y la piel se me erizó al tiempo que intuía a lo lejos a Lola llena de vida, pero ya demasiado lejos. nadaba demasiado rápido para volverse pez, o isla, o velero para atracar en algún puerto. 
Lola con sus manos era capaz de modificar el curso de la corriente buceando por la espuma de las olas, y cuando sentía que el pecho se le hundía sacaba la cabeza para respirar, tomar aire.


cuando yairrou sube a la azotea
y se ve a sí misma en el Mar Mediterráneo
pasa esto.

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